“EL EFECTO MARIPOSA”: HACIA UN ENVEJECIMIENTO DE CALIDAD
“El batir de las alas de una mariposa puede provocar un huracán en otra
parte del mundo…”. Este efecto
muestra la importancia de los actos del hoy para las condiciones del mañana, y
todo aquel que lo obvie y mire hacia otro lado estará atentando contra sí mismo
de manera incuestionable. Y es que pequeñas acciones puede promover grandes
cambios según la ley física del caos, y en cuestión de salud y calidad de
vida en la vejez, lo que hicimos ayer, hacemos hoy y haremos mañana determinará
las condiciones presentes y futuras.
El
efecto mariposa es un fenómeno que lanza la pelota a nuestro tejado. Acostumbrados
a dejarnos llevar por los placeres de la vida y centrados en el famoso lema “carpe diem” nos convertimos en agentes
pasivos de nuestras vidas, movidos por instintos que nos empujan hacia caminos
que nos hacen sentir “vivos”.
Según
las leyes del condicionamiento clásico, ejecutaremos de manera automática
todo aquello que nos suponga un refuerzo, y esa conducta tenderá a repetirse. Esto nos acerca a nuestra esencia más animal. A pesar de pensar que
somos seres racionales la mayoría de nuestros actos se rigen por mecanismos
primarios. Y es que la razón debe ser entrenada para lograr combatir a su
enemigo, el placer, que con recompensas inmediatas anula la importancia de las
consecuencias a largo plazo.
El
proceso de envejecimiento, ampliamente teñido por la idea de dependencia y
discapacidad a partir de los 60 años, aporta la sensación de ser algo impuesto
o ya escrito. Lejos de esto, y cuando la salud todavía no depende de nosotros
sino de nuestros cuidadores durante la infancia, ya se comienzan a crear
hábitos que tendrán mucho que ver con la manera en que elijamos vivir nuestras
vidas. La educación es una clave que no debe pasarse por alto.
Pero ¿qué es calidad de vida? ¿Qué es salud?
¿Todos aspiramos a las mismas condiciones?
¿Salud
es poder andar con 85 años? ¿Salud es tener una analítica perfecta con 65?
¿Hacer vida normal a pesar de una enfermedad? ¿No tener la necesidad de acudir
al médico? ¿Simplemente ser feliz?...
Este
tipo de preguntas no son comunes. Vivimos con tal inercia y estrés que
comúnmente se nos olvida pensar en lo que verdaderamente queremos en la vida,
ya sea en cuestión de salud, bienestar o aprendizajes y objetivos. Parece fácil
sobrevivir en estas condiciones, sin planteamientos por falta de tiempo,
simplemente dejándose llevar… Pero, ¿qué ocurre cuando nuestras rutinas
cambian?
Momentos
críticos como la jubilación, el síndrome del nido vacío, pérdidas, enfermedades
incapacitantes… están asociados a una franja de edad que torna hacia las
últimas décadas de la vida. El cambio de rol y la necesidad de buscar
nuevos objetivos nos obliga a pararnos a pensar, algo que quizás no hayamos hecho a menudo en el pasado, y es donde
podemos encontrarnos con dificultades, desorientación e incluso infelicidad.
Todo
pasa, todo llega, y el ritmo de hoy se convertirá en otras condiciones
diferentes. Con suerte lo viviremos de manera progresiva, lo que nos
proporcionará el tiempo necesario para reaccionar y planificar las nuevas
condiciones. Pero también puede ocurrir que una nueva circunstancia nos arrolle
y nos pille desprevenidos y sin tiempo para pararnos a tomar decisiones.
Párate, escúchate, observa, y piensa. ¿Qué quiero? ¿Qué necesito? ¿Hacia dónde me dirijo? ¿Hacia dónde quiero
ir? ¿Estoy en el camino adecuado?
No
son preguntas fáciles pero podemos invertir el tiempo necesario en elaborarlas.
Solo nosotros tenemos la respuesta y, ¿no crees que son las preguntas más
importantes que puedes responder? ¿Acaso no merecen tu tiempo?
Proponérselo
es la clave y ponerse manos a la obra el primer paso. Dedica todas las semanas
un rato a esto y no lo abandones.
Planifica
tu futuro, y el batir de las alas de hoy influirá en el vuelo que tomes mañana.
Vuela, pero primero piensa dónde quieres dirigirte.
El destino lo eliges tu, el camino
se llama envejecimiento.
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